Los vecinos

domingo, 23 de diciembre de 2012

Mujer Zen

Escultura de Antoni Miquel Morro
En mis rizos crecían aves. Yo miraba con ojos de escuadra las cosas que pasaban delante de mí mientras ellos anidaban en mi cabeza y se abrían como magnolias en un jardín, como libros viejos en un mercadillo frente al Sena. 
Me fijaba en cosas extrañas, como ese poema de Carner escrito en la puerta del sucio váter de la biblioteca. Me dolía pensar que nadie nunca escribiría nada mío para constatar igualmente su existencia. 
No sabía cambiar de dirección, aquellos días. Me dejaba llevar por los rayos de luz de la luna redentora y seguía dejando que fueran las aves quienes me sujetaran al suelo. Un día me di cuenta, que estaba poblada de palomas y cuervos. Su vuelo alterno, en blanco y negro, parecía formar una columna vertebral en el cielo. Qué angustia cuando desaparecían, que débil me sentía cuando su vuelo rompía el trazado definido de columna...Es que entonces mi alma todavía era como el plano de una ciudad árabe, llena de esquinas y caminos estrechos, de desasosiegos y esperanzas que acababan en callejones sin salida, una ciudad paralela a la simplicidad de estar viva. 
Ahora soy mujer zen, sé cosas que antes no sabía, las sé de verdad, sin forzarme, sin mentiras: sé que lo importante no es lo que se tiene, sino lo que se hace con ello. Sé que soy blanca. Sé que el amor no es ingrávido ni la negra noche camina a pasos paquidérmicos. Sé que no soy sólo una isla, que no soy sólo una flor que late por intercanvio clorofílico, reactiva, sé que no tengo las manos abreviadas y aunque a veces me sienta paralítica o los zapatos no me calcen bien, siempre alzo el vuelo. Escribo y alzo el vuelo...puedo hacerlo. 
Sé, especialmente, que soy. 
Independientemente del reflejo que proyecto en los otros y en los espejos. 
Sé que la paz está, entre otras cosas, en saber amar y en creer de corazón que todo ocurre cómo y cuándo debe ocurrir. 
Sé que soy fuerte y débil al mismo tiempo, grande y minúscula, el todo y la nada, sé que no necesito bucear en las abisales aguas de la mente o del alma ni mucho menos pasar de puntillas con los ojos cerrados y las manos llenas de urgencias y accesorios. 
Yo simplemente miro y sonrío. Yo simplemente comparto y sonrío. Yo simplemente amo y sonrío. Yo simplemente recreo realidades y sonrío. Yo simplemente estoy aquí, ahora. Yo simplemente soy.
Felices fiestas, felices vidas! Me voy unos días de vacaciones. Que no os falte la paz...

2012 amarillo

 Debajo del amarillo un submundo de sueños se hace insecto
 Explota el color ante la ciénaga
 Ama...lo
 Las margaritas amarillas mecen los pueblos sencillos
 Encájate en el amarillo y descansa
El sol hecho flor

viernes, 21 de diciembre de 2012

2012 verde

 Si ves puertas cerradas con candados oxidados píntalas de verde
 La suerte te encontrará jugando
 Hay pozos que parecen caminos
 Entre los maizales crecen niños rubios

 No dejes que el corazón se enmohezca
 Celebra con te si no tienes vino
 El trébol de cuatro hojas se esconde entre espejismos de suerte
El cisne no sabe que antes ha sido pato

jueves, 20 de diciembre de 2012

2012 rojo

Las rosas se aman mejor fuera de los jarrones
Rojo picante sobre fondo gris
El loro rojo tiene un pirata en el hombro
Las mariquitas siempre se sonrojan
La España roja
Sueño rojo en una noche de verano
Lolita ama
El imperio chino no tiene fronteras

El corazón encendido te hace viajar

miércoles, 19 de diciembre de 2012

El pájaro de la Navidad

El pájaro de la Navidad revolotea en mi ventana. Ya lo veis, tiene buen aspecto, color saludable, buen tamaño, voz melodiosa. Sin embargo, cuando le veo sobre las desnudas ramas de mi árbol, algo se quiebra en mí, no sé, una esperanza lejana que huele a cerrado, una sensación de truco de ilusionista torpe, una mentira de patas cortas...Lo cierto es que me esfuerzo por recordar otras sensaciones, las plácidas, las bellas y lo consigo. Pero tengo que esforzarme. Cada vez con más arrojo. 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Pequeño cuento fantástico


Desde que la Tierra orbitaba alrededor de dos soles y cuatro lunas -y de eso ya hacía varios lustros-, las cosas en el planeta eran muy distintas a cómo recordaban las crónicas. El ser humano seguía siendo una pieza productiva, sólo que de una manera mucho más evidente que antes: desde el primer segundo de su nacimiento algo en su anatomía dirigía su futuro laboral hasta el día de su muerte. Todavía no se sabía si era una mutación producida por el azar, pero pocos eran los que lo cuestionaban. Al nacer un bebé se miraba su sexo, su salud, sus rasgos físicos y su rasgo laboral definitorio.
Amel nació exactamente a los nueve meses en punto del momento en que fue concebida. Nada más abrir los ojos se escuchó un click en el quirófano que evidenció su profesión: Amel iba a ser fotógrafa. Nació con una cámara en su ojo derecho. Lo tenía más grande que su ojo izquierdo, lo tenía sin pestañas, lo tenía negro en lugar de azul. Aunque resultaba un poco molesto aquel sonido metálico cada vez que Amel veía algo de su agrado, aquel zumbido suave en el enfoque y después el chasquido definitivo y un procesado en el vientre, sus padres estaban encantados con el futuro de su hijita. Ser una captadora de bellezas, de instantes, qué destino más hermoso. Les encantaba cambiarle los pañales pues siempre, junto a los desechos de su cuerpecito aparecía aquella colección de momentos a todo color y perspectiva, aquellos hologramas que fueron capturando desde el primer día para hacerle un book de trabajos bien completo. 
Cuando concibieron a la hermanita en ningún momento les pasó por la mente lo que iba a ocurrir: Sara nació con una vieja cafetera en la cabeza y así aquel destino futurista condicionó la vida de las dos hermanas: una siempre mirando lejos con la cabeza alta; la otra doblando su cuerpo, agachando la cabeza, servil y sirvienta.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Aliça de Mallorca


Se sentaba en el banco de piedra que daba al patio interior, con su vestido de terciopelo verde y su camisola blanca desvaneciéndose en cuello y muñecas, tan blanca la piel que se perdía la línea entre tela y traje. Nunca alzaba la cabeza. Se limitaba a mirar el suelo, aquellas botas recias, a veces sucias, otras brillantes, que cambiaban nerviosas de posición, cada vez que el caballero le preguntaba y ella apenas susurraba una respuesta corta.
Él, su futuro esposo se sentaba enfrente y contemplaba su tocado de perlas y seda azafrán cubriendo toda su cabeza inclinada, apenas un fino bucle ondulado de cabello casi cobrizo escapando sobre su frente y unas manos finas, de uñas cortas con su media luna bien definida. Jamás consiguió ver sus ojos ni su boca hasta el día de la boda, pero su figura pequeña y delgada, sus hombros temblorosos, su voz susurrante y sus pequeñitos pies le tenían loco.
Desposaron a sus catorce años, pequeña flor y, sin embargo, aquella candidez dejó pronto de serlo. Tantos amantes, tantos quiebros, tantas carreras por las escaleras de caracol, los pasadizos secretos, tantas infidelidades en el mismo banco del amor donde cortejaron, tantas humillaciones y toda la Corte murmurando a sus espaldas, intrigando.
Aliça de Mallorca murió a los 35 años, torturada, sin haber vuelto a pisar su Chipre natal. 
Siete siglos después su alma sigue paseándose en el viejo castillo. Le encanta la escalera de caracol que comunica el primer piso con la gran cocina del segundo. Le gusta, sobretodo, mover el altar donde ahora se casan otros. Lo hace todas las mañanas, todas porque gritar no es suficiente.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La voz de las gaviotas

- Las gaviotas no hablan, Carlos, ya lo sé, pero ríen, escucha...
El niño dejó su cubo de plástico naranja y su pala verde junto a las rodillas de su hermana y estiró el cuello.
- No ríen -acabó diciendo-, gritan! Y están enfadadas.
Entonces fue ella la que prestó más atención. Y de repente, los graznidos que hasta entonces le parecieron carcajadas de abuelo se convirtieron en amenazantes gritos. Aprendió entonces cómo la percepción crea la cosa, y cómo es la mente la que crea esa percepción. Sin embargo tuvo que experimentar mucho más en su vida para llegar a entenderlo y aceptarlo. 
Ese fue el recuerdo que le vino a la cabeza el primer día de clase cuando en la asignatura de Ecología descubrió que el nombre común de las gaviotas europeas era el de Gaviotas Reidoras. Casi saltó de la silla. Disimuladamente le envió un sms a Carlos: "Ja, ja, las gaviotas son reidoras, yo lo sabía".
Carlos no leyó el mensaje hasta tres horas después y pensó, como tantas otras veces, que su hermana estaba loca. Ni se molestó en contestar. Estaba descargando un camión de cajas de gambas. Tenía frío. Olía mal. Estaba cansado.
Años más tarde, la voz de las gaviotas volvió a aparecer en la vida de Natalia. Fue en un atardecer de verano. Ella y Ramón habían quedado para conocerse mejor. Era el día. Antes apenas se habían rozado el dedo meñique caminando por la playa. Ya hacía un mes que se trataban. Hablaban a menudo, salían a pasear, a comer. Ramón ya tenía suficiente información como para preparar un encuentro interesante: compró trufas, cava, pidió una guitarra prestada, las llaves del apartamento de verano de su amigo Juanjo y lo más importante: a Vinicius de Moraes. 
Cuando sonaba "A Felicidade" la besó con avidez. Y fue entonces cuando un grupo de gaviotas, puede que trece, se posaron en la barandilla de la terraza que rodeaba el salón del apartamento. Y allí rompieron a graznar a carcajadas, mientras Natalia y Ramón jugaban a amarse. 
Curiosamente ella no pudo escuchar sus risas entonces. La voz de las gaviotas llegaba a sus oídos como gritos amenazantes advirtiendo de una catástrofe. Y maldijo al hermano en silencio. 
Dos meses después supo que estaba embarazada. Adiós a sus planes de pedir una beca y viajar a Canadá. Adiós a su doctorado. Ramón lo aceptó con ilusión. Le propuso matrimonio y se casaron rápidamente, antes que la barriga creciera. Al fotógrafo no se le ocurrió otra cosa que citarlos en la playa para la primera sesión de fotos del reportaje de boda. 
Muy despacio se colocó en la arena, con el vestido inmaculado, blanco nieve y el ramo de azaleas también blancas cayendo en cascada desde sus dedos. Había centenares de gaviotas a su alrededor, se desplazaron un poco. El fotógrafo pidió paciencia. Colocó algunas sardinas en la arena, semiocultas, a una prudencial distancia. Las gaviotas se acercaron de nuevo y rodearon a Natalia. El fotógrafo empezó a disparar la cámara, orgulloso de su idea estrella: a la voz de arriba! las gaviotas, consternadas, alzaron el vuelo alrededor de la novia. La imagen era espectacular, bella, distinta. Graznaban sus risas y sus gritos. Natalia, por primera vez, estaba aterrorizada.

martes, 11 de diciembre de 2012

De colores

 Paseo marítimo de Villajoyosa

 En la fábrica de chocolate
 Gata y el mimbre

 El faro de Albir





 Artesanía del vidrio en Altea