-Tenemos lo que tememos -sentenció en un momento de parálisis, para continuar, frenético, buscando esa llave que no encontraba. La maldita puerta no se abría y todo el tesoro estaba el otro lado. Miró por la cerradura y lo vio todo, ahí estaba, a penas a unos centímetros, pero no encontraba la llave.
La tuvo, recordaba como la tenía, recordaba también cómo temía perderla. Incluso la llevó una temporada colgada del cuello, en una larga cadena de plata que le llegaba hasta el corazón. Hasta que llegó el verano y decidió alejarla de su piel.
La llave rodó por toda la casa: la puso en la cajita verde de los amantes de Chagall, en el gancho de la puerta junto a las llaves de la entrada, en el cuenco de madera al lado de la peonza y la piedra serigrafiada con la palabra "amor", en la estantería de los libros buenos, debajo de la alfombrilla del baño, en la tetera granate, la que nunca usaba, dentro de una de las muñecas rusas, la mayor...
Pero ahora buscaba, buscaba la maldita llave y no aparecía.
- Tenemos lo que tememos -sentenció de nuevo. Pero tanta lucidez no le sirvió para encontrarla.
Yo tengo una llave. Lo que he perdido es el tesoro que encerraba con ella. Si quieres te la mando :-)
ResponderEliminarPues vaya dos! Yo sin herramienta y tú sin tesoro...
EliminarÉs molt bonic el que has escrit :)
ResponderEliminarI fa peneta que tenint un tresor a tocar el deixis perdre (ho dic en general, que el deixem perdre)
Ho feim tan sovint, Emily...
EliminarLa lucidez a veces no sirve para encontrar llaves, ni tesoros. Anda un poco en extinción, como los elefantes. Solo que a los elefantes por sacarles mucha plata... pero a los lúcidos? Ay que embrollo!!!
ResponderEliminarMe gusta mucho esta entrada... remataste perfecto.
En un mundo a oscuras la lucidez siempre sirve para algo. Besitos!
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