Desde que se había quedado en paro se pasaba las tardes sentado delante de la ventana de la terraza mirando cómo los pájaros picoteaban semillas que no barría, escarbaban la tierra de las macetas, se peleaban frente a sus narices o se amaban. Su favorito era el mirlo hembra color grisáceo, muy joven, con una mancha blanca en las alas; los más graciosos eran los gorriones, tan nerviosos, tan comunes. Los contemplaba tan quieto que ni les asustaba, era un reflejo borroso al otro lado del cristal. Y así pasaban las horas, sin hacer nada, ni lamentarse de su presente, ni planear ningún futuro. Hasta que una inesperada helada acabó con su amada mirlo y, sin meditarlo, solicitó en la oficina de desempleo que se le abonara todo su capital pendiente en una sola cucharada con la idea de volverse emprendedor, él, a sus 45 años, con su carácter derrotado, su indolencia, su poca iniciativa. Abriría el Deka Dance, un local de copas como tantos otros, con música impredecible y diversa -tal vez Love Song de The Cure, Strawberry fields de The Beatles, la tierra de los sueños de La Dama se esconde, Bring to me life de Evanescence, algún fado de Mariza...- y decoración decadente, claro, rojos y negros, rincones oscuros donde emborracharse hasta la madrugada y una pared de pizarra para escribir en ella.
No imaginó que algo tan impulsivo, casi destructivo, acabaría solucionándole la vida. "El Deka" pronto fue conocido en toda la ciudad y allí acudían todos los jóvenes que querían tener más edad, y todos los viejos que querían volver a la adolescencia. Tuvo su década dorada, al fin.
Todas las semanas copiaba en una libreta los mensajes escritos en la pizarra. Después la borraba y la dejaba limpia para que, de nuevo, todos plasmaran sus ansias, sus miedos, sus deseos, sus juegos de palabras, sus confesiones.
Cuando el local empezó a decaer, cerró sus puertas sin lamentaciones ni dudas, se encerró en su casa a redactar la gran novela extraída de todos los apuntes que durante más de una década copió de los otros y su pizarra, y la presentó al premio Planeta. Tenía 58 años entonces, la barba grisácea, las entradas prominentes y poco pelo lacio, que apenas recordaba al rubio vikingo que tuvo de joven, la nariz y las orejas más grandes y caídas, la boca más relajada y sonriente que nunca. Ganó, por supuesto.
Por qué tuvo que ganar???????
ResponderEliminarNo es justo.
Este mundo no es justo, ya lo sabemos no?
Eliminarbeso!
Con toda la determinación y calma. Que buen tino. Imagínate! Jajaja.
ResponderEliminarAbrazo!
Y ningún esfuerzo, sólo placer (y plagio)...qué vida!
EliminarEsto esta basado en un hecho real, no? :D
ResponderEliminarFicción, pura ficción, pero ya se sabe que a menudo la realidad la supera...
EliminarA principios de los 90 hice eso de capitalizar el paro. Y luego me he reinventado mil veces. Me presento al Planeta? :-)
ResponderEliminarClaro!! Pero no por eso sino porque escribes de maravilla! Besadeta!
EliminarGran idea, la pizarra. Y a ver quién le reclama por haber copiado frases generadas en la evanescencia de la noche etílica. Imposible.
ResponderEliminarbesos
Claroooooooo, ¿será esto lo que ahora llaman ser emprendedor? :)
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