El escritor decadente se negaba a usar ordenador. Necesita escuchar el latido de las teclas para inspirarse, no sabía escribir de corrido sin apartar las manos del teclado cada nueva línea, como tenía que hacer con su vieja máquina. Ese tener que pasar de línea manualmente le otorgaba la energía suficiente como para que las ideas no se quedaran estancadas. Era como una gimnasia, cada movimiento tenía su función para reactivar al resto del cuerpo. Manías...
Aquella mañana se quedó quieto ante el folio en blanco y su máquina. Quería trasladar la conversación que había mantenido la tarde anterior con sus dos amigas de la infancia ante aquella taza de té con leche y los deliciosos bombones de chocolate con chili picante que Aurora, la amiga más artista, siempre les traía. Rememoró la secuencia concreta que le interesaba transmitir:
Beatriz: Estoy molida, cariños, vaya día! Me pasé el día pateándome Madrid para encontrar aquellos Manolos de piel de murciélago indonesio que vi en la fiesta del jueves. Me han costado un pastón pero aquí los tengo, estoy feliz!!
Aurora: No sé cómo puedes ser tan materialista! -se conocían desde hacía 40 años. Nada de lo que se dijeran podría terminar en ofensa. Beatriz sonrió.
Escritor Decadente: ¿Y tú, Aurora, qué has hecho esta mañana?
A.: Estuve caminando por el Retiro y fotografiando hojas secas y rosas. ¿No viste el e-mail que te mandé? Te adjunté las fotos. Qué belleza...
E.D.: Ah, no, ese invento del demonio, no los abrí...
A.: ¿No miras lo que te envío? Claro, por eso nunca me respondes. Y yo que quiero compartir contigo la belleza que veo...
B.: Y yo que quiero compartir con vosotros la belleza que compro, mira tú!
El escritor decadente quería reinventar esa imagen que le bullía en la cabeza de una manera original. Entendió durante aquella conversación cómo el deseo generoso de compartir puede interpretarse como las ganas de presumir o de evidenciarle a otro sus carencias, cómo es el receptor el único que le otorga un valor a ese acto concreto según su sistema de creencias, carencias y valores.
La historia empezó a hormiguearle en los dedos: empezaría con la visión de un ojo verde-miel mirando hacia una ventana abierta con los rayos de sol incidiendo sobre la cara. Los edificios de enfrente se reflejarían en el ojo, como en un estanque plácido. La dueña de esos ojos sería una mujer que estaría padeciendo la decepción de que sus gestos de generosidad hubieran sido malinterpretados y, por ello, rechazada e incluso envidiada. La dueña de esos ojos barajaría la posibilidad de partir, en lugar de compartir. Pero también entendería que nada de lo que hiciera podía influir sobre la mirada del otro. Lo único que debía hacer, era no sentirse decepcionada ni afectada por ese resultado. Su compartir era generoso y el resultado de eso se mantenía ajeno a su voluntad.
El escritor decadente empezó a teclear frenético. Usaba muchos adjetivos encadenados, le gustaba coser sinónimos a sus expresiones, ser contundente en sus puntos y a parte, inventarse metáforas originales que a menudo terminaban siendo crípticas y pedantes. Sin embargo, aquella energía creadora era imposible de frenar...Oh, la mujer de ojos verde-miel, qué disyuntiva entre el compartir y el partir...Plash! terminó el folio y lo sacó de la máquina. De pronto se dio cuenta que se había terminado la tinta. Había estado tecleando en secano, las palabras se habían gravado como un relieve que sólo podía apreciarse a contraluz. Le pareció una señal...en realidad qué importaba, ¿compartir o partir? no era una buena historia...Y partió de la habitación para hacer otra cosa.
eso le pasó por encadenar tantos adjetivos. Lo muy adjetivado agota la tinta. je.
ResponderEliminarY a veces, hasta los ojos! Besos, Maestro!
EliminarQuerida Francesca, tengo problemas con los comentarios en tu blog, no sé si es por la configuración tuya o mía, sólo te hago saber que te leo y comento si puedo.
ResponderEliminarUn relato que, sin duda, llenaría de frustración al protagonista, a veces, cuesta mucho llenar un folio en blanco.
Besos.
No sé cómo arreglar lo del blog...
EliminarMás frustrante es pensar que, a veces, la mejor solución es dejar de compartir :(
Gracias por leerme, lindo.
Jajaja, pobre escritor que traumático...
ResponderEliminarBesos.
Con los ordenadores eso no pasa :)
EliminarEntre la falta de tinta y el chili picante lo mejor que pudo hacer es irse.
ResponderEliminarBesos.
Pero sólo un rato...
EliminarTambién se puede compartir la presuntuosidad ;)
ResponderEliminarbesos
Claro, pero fíjate, mi idea era esa, mostrar que nosotros, que odiamos la presuntuosidad, somos los que otorgamos ese tinte a un acto que, tal vez, quién sabe, sea puramente generoso: compartir su gozo.
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