Eligió el mejor lugar del castillo: una pequeña habitación sin apenas esquinas y con mucha luz. Se llevó allí una silla, cerró la puerta y esperó.
Al principio se entretuvo con la luz. Giraba sobre si mismo varias veces y después se sentaba en la silla a observar las partículas de polvo que volaban dentro del haz. Como estaba mareado parecía que aquella nube ingrávida le envolvía por todos lados y se sentía un poco, como cuando era niño, y las paredes del pasillo se le tiraban encima después de practicar el mismo juego.
Más tarde, simplemente se sentó y contempló las variaciones de la luz sobre aquellas piedras de la pared y sobre las pequeñas baldosas en damero grisáceo. Recordó a los pintores impresionistas y lamentó no haberse traído un papel, una goma y un lápiz. Sin embargo, tampoco estaba su ánimo para reproducir nada así que la observación, la simple observación, era suficiente.
Después, a medida que el sol desaparecía, le entró frío. Lamentó también no haber cogido una manta. Se acurrucó en el suelo y siguió esperando. Se durmió.
No llevaba reloj así que, en principio, le resultó imposible saber qué hora era cuando despertó de pronto y la noche oscura se veía en la ventana. Tenía la boca seca. Lamentó no haber cogido un reloj y una botella de agua. Orinó en la esquina más cercana a la ventana para que el olor de orina se airease rápidamente. Entonces se sentó en la silla y contó todas las estrellas que recortaban el alféizar de la ventana.
Un tiempo después, el estómago empezó a punzarle. Tenía hambre. Y lamentó no haber cogido, al menos, un poco de pan. Se sentó en el suelo y contó todos los baldosines, primero los lisos, después los rayados y como olvidó ambos números, volvió a contarlos a todos. Después contó las rayas de todos los baldosines rayados. Cuando llevaba 4533 cerró los ojos. Lo hizo voluntariamente. Entonces gritó y empezó a hablar consigo mismo:
- ¿Pero por qué lo has hecho? Tu misión era contar todas las rayas de los baldosines rayados.
- Lo he hecho -se contestó- porque puedo, porque mando, porque quiero que sientas la frustración de abortar tus sueños.
- ¿Y por qué me quieres tanto mal? Yo soy tú...
- Porque tienes que crecer, porque tienes que avanzar...
Volvió la luz, escuchó un gallo cantar, vio cómo los pájaros volaban ante la ventana, empezó a llover, contó las gotas de lluvia, se retorció de dolor, desfalleció, lamentó su idea de suicidarse en el silencio de aquel castillo y entonces algo cambió.
Yo le vi incorporarse, aceptar, volver a andar, volver a la luz...
Muy fuertes las emociones que provoca leer tu texto. Gracias por el giro con que lo definiste al final y no dejarme contando las rayas de este suelo.
ResponderEliminarFuerte abrazo!
:) Un beso!
EliminarAl final del sendero de la catarsis, una epifanía.
ResponderEliminarbesos
Siempre luz!
EliminarBueno, ahora puede tirarse por la ventana. Je
ResponderEliminar:) je, je
EliminarLo importante es que se diera cuenta a tiempo y se salvara.
ResponderEliminarUn relato muy intenso, Francesca.
Un abrazo
Todo pasa por nosotros, también la salvación.
EliminarBueno, al final se salvó.
ResponderEliminarEspero que valga la pena el resto de vida que le espera.
Besos.
Pues tendrá otros problemas, seguro, eso es vivir...
EliminarChic@s todos, me ha gustado esta visión tan positiva que habéis tenido todos. Os confieso que el relato tenía otro tranfondo, pero me alegro que nadie lo haya percibido, eso significa que encaráis la vida y los problemas con optimismo. Surgió de estas dos fotos, en la segunda la figura me parecía un fantasma. Digamos que mi "prota" era el fantasma del castillo que finalmente vio la luz y pudo liberarse de su condena de alma en pena. Vuestra interpretación ha sido mucho más positiva, incluso tú, Toro :)
ResponderEliminarEscribir es muy divertido!!
¡Ey!
ResponderEliminar¿Qué? bueno, la tuya no tanto, pero al menos interpretaste que estaba vivo...:)
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